
No soy una persona que haya crecido en un entorno rural. No me he criado entre vacas, gallinas y cerdos ni he cultivado la tierra. En ese sentido estoy más cerca, supongo, de ser un urbanita como la mayoría de nosotros. Pero sí crecí en un pueblo a tiro de piedra del monte, lo cual fue una gran oportunidad para aprender a tomar consciencia de que somos parte de la tierra que pisamos.
No sé lo dura que es la vida del campo, pero el campo fue mi patio de recreo durante mi infancia. Fue un lugar de conexión con la naturaleza (sin yo darme cuenta) y de toma de consciencia de lo importante que és esa conexión. Fue el lugar donde encontrar calma en los momentos dificiles, y con muy pocos años ya me vi enfrentado a la posibilidad de perder ese lugar y a querer defenderlo de quienes lo querían destruir. No es moco de pavo para un niño de 10 años…
Es curioso, porque a día de hoy me ocurre exactamente igual. Cada vez que salgo a caminar por el monte me siento tanto dueño como parte de una naturaleza que me calma, me sosiega y me sostiene… la roca granítica con su rugosa textura sobre la que me gusta caminar descalzo me ayuda a encontrar paz en momentos turbulentos… y a mantenerla en momentos tranquilos…
Hubo un tiempo que pensé que había perdido mi lugar… lloré la pérdida de sitios de la infancia que recordaba con nostalgia cuando al volver a ellos ví que estaban destrozados, llenos de escombros y basura… rodeados de construcciones…
Pensé que nunca más encontraría mi lugar, pero estaba equivocado… mi lugar es cualquier pedazito de roca, tierra, árboles, viento, mar o río que exista en el planeta…
Una vez dejo el asfalto atrás, empieza mi casa… y eso no lo puede destruir nadie…
