Quien controla la fe?

Una vez la religión ha sido relevada del cargo de proporcionar calma a la humanidad mediante la fe en algo más grande que nos libere del miedo a la muerte y la incertidumbre de esta vida que podría parecer no tener sentido, me da la sensación de que ha habido varios candidatos a sustituirla, pero uno de estos candidatos me parece especialmente peligroso en estos momentos: la ciencia.

Primero quiero aclarar que la ciencia en sí no me parece un problema. La ciencia y el método científico me parecen muy importantes y han proporcionado multitud de avances en nuestra sociedad, además de una comprensión del mundo en el que vivimos inimaginable hace no demasiado tiempo.

El problema es que el conocimiento científico es algo que solo poseen unos pocos en el mundo, un porcentaje ínfimo de la población. Sobretodo si hablamos de la ciencia más puntera en estos momentos: Es totalmente incomprensible para el mortal común.

Este hecho convierte a la ciencia en algo potencialmente manipulable para continuar manejando a la población según los intereses de las personas en el poder.

Cuando la mayoría de la población no entiende los conceptos científicos actuales, al final la ciencia se convierte en una religión más, de cara al humano normal. Si un científico afirma algo, se le cree simplemente por el hecho de que es un científico, sin cuestionar si lo que dice es realmente cierto, pues para comprobarlo hay que tener un conocimiento mínimo que prácticamente nadie posee.

Cuando se combina este hecho con una censura cada vez más grande a cualquiera que no comulgue con el discurso oficial, básicamente proporcionando un monopolio sobre el pensamiento al poder establecido mediante una falsa autoridad científica, entonces ya la manipulación a la población es completa. 

Podemos verlo en el “comité de expertos” que supuestamente asesoró al gobierno durante la pandemia. No hace falta ni que exista. El mero hecho de que se mencione ya legitima cualquier acción del gobierno sobre la ciudadanía.

De esta forma podemos anular a cualquiera que piense diferente de la misma manera que antes se usaba la autoridad clerical para justificar cualquier tropelía sobre la población o la ejecución de cualquier disidente. Ahora no hace falta ejecutar literalmente a nadie, pero la propaganda y la censura y el etiquetado a cualquiera, aunque tenga un argumento científico plausible, de “negacionista” basta para anular sus ideas y condenarlo al ostracismo, a la irrelevancia social.

Se ha pervertido así a una de las herramientas más útiles que la humanidad ha creado, doblegándola a los intereses egoístas de una mínima parte de la población y sustituyendo una fe por otra en una población que sigue buscando referentes externos en los que confiar y en los que encontrar la tranquilidad que no pueden encontrar en su interior.