En los libros de la serie de los robots de Isaac Asimov, se contaban historias que ocurrían en diferentes momentos del futuro de la humanidad, pero uno de esos momentos que me llamó mucho la atención fue lo que el autor llamaba la “primera ola” de expansión humana por el espacio.
Siendo la tierra un lugar superpoblado, pero habiendo desarrollado una tecnología para poder viajar a estrellas cercanas con naves “colonia”, esos primeros humanos en explorar el cosmos lo hicieron llevando sus robots.
Estos autómatas súper avanzados con cerebros positrónicos gobernados por las tres leyes fundamentales eran los asistentes perfectos para los humanos: terraformaban los planetas, construían edificios, se dedicaban a la agricultura y a tantas otras tareas que permitieron desarrollar estos primeros mundos rápidamente.
Dado que el número de humanos que se asentó en cada planeta no era muy numeroso, y el recuerdo de la superpoblación de la tierra estaba muy presente, los humanos (una gran minoría en comparación al número de robots) vivían en asentamientos muy alejados unos de otros, hasta el punto en el que prácticamente nunca tenían contacto físico unos con otros. Si había que resolver un problema, eran los robots los que hacían el trabajo “sucio” y todas las necesidades de comunicación se hacían mediante vídeo llamadas (o llamadas “holográficas” quizás).
Tras unas cuantas generaciones, estos humanos llegaron a desarrollar una fobia a la cercanía con otra persona, viviendo rodeados de robots que atendían todas sus necesidades, e incluso si se daba el caso en que tenían que interactuar unos con otros cara a cara, protegían su salud con cascos y tanques de oxígeno para no tener que respirar el mismo aire que sus compatriotas.
Por alguna razón he recordado todo esto al ver como en tan poco tiempo hemos cambiado tanto nuestra forma de relacionarnos en sociedad…
Estos mundos, como es de esperar, no llegaron a prosperar… en pocas generaciones con una natalidad casi nula, los humanos fueron reduciéndose hasta que solo quedaron mundos muertos llenos de robots que aún sin sus maestros, seguían cumpliendo todas sus funciones: limpiando, cosechando, reparando los edificios y a si mismos. Solos, por los siglos de los siglos…