¿Recuerdas cuando eras pequeño o pequeña? ¿Cuando hacías una carrera con tus amigos? Si ganaste alguna vez y saltaste de alegría quizás por tu boca salieron las palabras: “¡¡Soy el mejor del mundo!!”
Yo recuerdo las competiciones de salto en bici por el monte, marcando con una raya en la arena el récord de salto y las horas que nos pasábamos intentando superarlo… lo mantuve unas semanas… hasta que otro amigo consiguió un salto espectacular… teníamos 11 años y ese era nuestro mundo…
En aquellos tiempos la idea de “el mundo” era algo muy conceptual… carecía de realidad tangible. Sabíamos que había otros países, con otras gentes y costumbres, pero solo veíamos algún atisbo de ello en las noticias (casi siempre malas) y quizás en las pelis o series que veíamos, pero que al tener ese tinte de ficción no relacionábamos con el mundo real…
El mundo real era nuestra urba, nuestro monte, nuestro colegio, la familia y poco más…
No pretendíamos llegar más allá, de hecho ese más allá podía ni existir… Cualquier reconocimiento obtenido en ese reducido círculo se sentía como algo “mundial”
Avancemos unos cuantos añitos (un buen puñado) y llegamos a la época de internet, y entonces empezamos a tomar contacto con otras personas que triunfan, tienen miles o millones de seguidores que les ven/escuchan/leen y en general aprecian lo que hacen. Ahora “el mundo” toma otra connotación, mucho más grande, mucho más abrumadora… El significado de la palabra “triunfar” cambia y se torna algo mucho más lejano, difícil de conseguir.
¿Qué implica esto para alguien que empieza a salir a ese mundo? Parecería una misión imposible ser escuchado entre millones y millones de personas que intentan que su contenido sea visto… Solo eres una mota de polvo entre esa multitud… uno más que pretende ser oído, uno más que tiene algo que decir. Pero ¿Quién está disponible para escuchar?
En esta época donde cualquiera puede distribuir cualquier tipo de contenido con un click, la oferta de contenido se ha multiplicado por millones…
Si nos fijamos en estos detalles, podríamos llegar a la conclusión de que no vale la pena… ¿Para qué exponerse? ¿Para qué intentar expresar al mundo algo que nace de ti? Quizás no tiene ningún sentido… o quizás sí…
Quizás esto no va de “triunfar”, quizás no va de tener millones de seguidores, quizás simplemente va de disfrutar con la creación, del tipo que sea, y que sea algo significativo para ti. La satisfacción de que te has superado, has expresado algo significativo, valioso…
No podemos controlar quién conecta con algo que hemos creado, puede ser que ni ocurra… pero sí podemos mirar y ver qué es lo que nos mueve a crear… Es una fuerza interna que quiere salir, que necesita expresar algo. Es la creatividad y para nosotros puede tener un significado muy especial.
Entonces… ¿Tiene sentido querer ser “el mejor del mundo”? ¿Tiene sentido la competición? ¿Hay siquiera una competición? Creo que no…
Es como todo en la vida: ¿Dónde está tu autenticidad? ¿Como te presentas al mundo, al resto de personas? ¿Intentas agradar? ¿Cambias para adaptarte a lo que crees que quieren de ti?
Al conectar con tu autenticidad crearas desde un lugar honesto, desde el cual puede que alguien conecte contigo o no, pero si lo hace será una conexión real. Al dejar esa sensación de competición de lado, al simplemente ser tú, estarás creando lazos fuertes. Muchos te ignorarán, muchos no te entenderán, e incluso reaccionarán de forma negativa, pero esos no son tu público… no tienes que conseguir su aprobación… Si tu amas lo que haces y hay otras personas que también entienden como tú la creación entonces ahí tendrás a tu público…
Será grande, pequeño o inexistente, pero será real.
Y por supuesto, no será la razón por la que creas y te expones… simplemente el resultado.