Es curioso que se habla mucho de no juzgar a los demás, como si fuese algo malo cuando justo ese principio lo que de alguna manera promueve es la idea de que no hay acciones «malas» ni «buenas». Por otro lado, realmente no se trata de no juzgar sino de ser consciente de nuestros juicios, haciéndonos cargo sin proyectarlos en el otro… Por eso no está ni bien ni mal juzgar, es algo humano que hacemos, y como toda acción humana quizás podríamos empezar por prestar atención al lugar desde donde nace.
Otro tema es el típico donde alguien podría decir que sin juicios o sin definir el bien y el mal, todo sería un caos. No es lo mismo: cuando pretendemos etiquetar al otro o a su acción como buena o mala, estamos proyectando algo que sentimos nosotros fuera, en el otro. Cuando simplemente aceptas que eres tú el que lo juzga como bueno o malo puedes hacerte cargo de ese juicio y el otro deja de tener importancia.
Toda acción que nazca a partir de ahí será reconociendo tu necesidad, sin importar lo que el otro sea o deje de ser. No podemos saberlo, no podemos saber las motivaciones del otro. Lo que podemos saber es cómo nos afectan sus acciones, como nos tocan a nosotros. Desde ahí podemos tomar esa acción: desde nuestra responsabilidad personal y desde el respeto a lo que sentimos.
Por eso, si alguien nos hace daño, lo importante es reconocer ese daño como algo que estamos experimentando dentro de nuestra consciencia, y en ese momento podremos hacernos cargo y decidir desde nuestra capacidad propia para cambiar nuestra vida, no echando balones fuera y esperando que sea el otro el que cambie su forma de actuar. No decidiendo que el otro es el malo, el culpable y nosotros una simple víctima, no etiquetando al otro y especulando sobre sus motivaciones… Todo eso no es importante.
Duele lo mismo un pisotón que te dan a propósito que uno que te dan sin querer. Lo importante es ver dónde nos tocan y decidir si queremos seguir exponiéndonos a más acciones potencialmente dolorosas. Ver si hay algo en nosotros que magnifica la reacción, comprobar si realmente está justificada. Porque en ese caso, quizás decidamos no alejarnos. Aún así, creo que hay que tener mucho respeto y comprensión por todo lo que sentimos ya que no es algo que podamos controlar conscientemente. Y lo que sentimos nos mostrará de alguna manera nuestra necesidad más profunda. Nuestra carencia…
Ver que eso que sentimos no es realmente producto del exterior, sino que el otro simplemente nos lo “muestra” es liberador en todos los sentidos. Primero porque no dependemos del otro cuando sentimos emociones “positivas” pero también porque con las “negativas” tampoco necesitamos al otro para transitarlas y resolverlas. Por eso no hace falta entrar en un rollo masoquista y quedarte en relaciones donde constantemente estás sufriendo con la excusa del aprendizaje. Lo puedes ver y decidir, respetándote a ti mismo, si estás donde quieres estar o no. Y eso tampoco está mal ni bien, es atender una necesidad. Ya esta…
Al final, no estar pendiente de los demás, del “por qué” de sus acciones, te permite centrarte en quién eres tú, tus reacciones, tus puntos de dolor, lo que te toca, lo que no… conocerte. Desde ahí podrás relacionarte de una forma más honesta y dejar de buscar excusas en los demás para justificar tus acciones. Podrás comenzar simplemente a aceptar a los demás como son y “situarlos” en tu vida a la distancia correcta para ti. No buscar esa justificación fuera. Ni siquiera tienes por qué explicar a nadie razones por las que están a esa distancia. No es algo racional, es simplemente un respeto a tus emociones.
Por último, no quiero que nadie se confunda: vivimos en un momento donde parece que si alguien siente algo, eso lo hace real de alguna manera. Lo vemos mucho con el sentirse ofendido y los intentos de cargarse la libertad de expresión.
Nada de lo que digo va en esa dirección. Precisamente cuando damos por real, de una forma supuestamente objetiva, lo que sentimos, es cuando nos otorgamos la potestad de etiquetar al otro y definirlo. Convertimos las relaciónes en juegos de poder.
Una cosa es respetar lo que sientes de cara a dentro, para ti, para decidir en tu vida, y otra muy diferente es pretender que todo el mundo vea las cosas igual que tú. Pretender que lo externo sea como tu sientes. No es así ni mucho menos.
Si te sientes ofendido o maltratado eso no implica automáticamente que la otra persona quiera hacerte daño o sea malvada. Podría ser, pero no lo sabes, y sobretodo: no es lo más importante. Si sientes desconfianza no implica que el otro te haya traicionado. Podría ser, pero de nuevo, no es lo importante… Lo importante es atender tu emoción y hacerte cargo de lo que sientes. A partir de ahí accionarás desde el respeto y la honestidad, contigo mismo y con los demás…