Hoy voy a hablar de algo ligeramente diferente, aunque al final va todo hacia el mismo lugar…
Me voy a meter de lleno en un tema polémico más que nada porque todo el mundo, incluso gente con cero experiencia personal en la crianza, tiene una opinión.
Yo también tengo mis opiniones y mi experiencia como padre de dos niños (ahora adolescentes, uno de ellos recién llegado a la mayoría de edad).
El resumen de lo que quiero decir es básicamente el título de este texto, pero voy a entrar a explorarlo:
Es obvio que cuando un niño es pequeño, la labor de los padres es principalmente de protección y cuidado… que no se haga daño y que esté sano y bien alimentado. Paralelamente a esto, el niño vive un proceso de exploración y aprendizaje constante, viviendo un montón de experiencias que van dando forma a quién es en el mundo.
Una de esas experiencias, y normalmente una de las principales, es el tiempo compartido con los padres. Para bien o para mal. Y ahí es donde entramos nosotros y podemos decidir que tipo de interacción deseamos tener con nuestros pequeños. Es aquí donde para mi es importante empezar a tener presente la frase que titula este texto.
Parentar es un proceso en constante evolución, acompañando al niño en su crecimiento y para mi una de las acciones más importantes que debemos ir tomando desde el principio, poco a poco, respetando los tiempos del niño, es dejar ir. Soltar…
Lo primero que hay que soltar son las expectativas. Esto será muy útil cuando el niño comience a tomar decisiones sobre lo que quiere que no sean acordes con lo que los padres esperan.
Luego, poco a poco, lo que empezó siendo una dirección firme, una guía constante donde educamos y protegemos a la criatura tanto de sí misma como del mundo exterior, se va relajando y se va convirtiendo en un acompañamiento donde la palabra queda en un segundo plano y la escucha se convierte en protagonista.
Poco a poco nos tenemos que plantear que no podemos ayudarles en todo. Que debemos intervenir cada vez menos y dejar que sea su propia experiencia la que les enseñe. Que efectivamente tenemos que llegar a dejarles “en paz”.
Porque, cuantas veces hemos oído que si tal chaval es “conflictivo”, o que “la lía en casa”, o no hace caso, se rebela, etc… Problemas con los estudios, actitud “maleducada” o problemas más graves como actitudes violentas o abuso de drogas…
Al final lo que tenemos es un chaval intentando encontrarse, viendo cuál es su lugar en un mundo que se le echa encima… y muchas veces intentando ayudarle o pretendiendo imponerle nuestra experiencia lo único que hacemos es empeorar su situación. Sobretodo porque los padres muchas veces son la causa directa de esos comportamientos. Antes de actuar hay que plantearse que clase de acciones o inacciones hemos tomado como padres para contribuir a esa situación. Es claro para mi, por ejemplo, que si alguien ha de ir a terapia han de ser siempre primero los padres…
Al margen de esto, hay varios detalles que para mí son importantes:
Primero: Somos los adultos los que identificamos lo que le pasa al niño como un problema, en lugar de verlo como parte de su proceso de crecimiento. Esto es importante porque no sabemos lo que pasa por la cabeza del chaval. Podemos tener algunas cosas muy claras desde nuestro punto de vista, pero sin estar en su cabeza no podemos estar seguros de donde está el problema realmente o si lo hay.
Miedo e ideas preconcebidas: Nuestros miedos como padres y nuestras experiencias previas juegan un papel muy importante a la hora de indentificar algo como un problema. Poner consciencia es esencial.
La culpa entra en juego: “¿Qué habremos hecho mal?” y todo ese tipo de preguntas que solo llevan a intentar compensar nuestros “errores” con acciones que los padres decidimos como adecuadas, sin tener en cuenta la opinión del chaval. Si se sentía impotente ante su vida, se le sigue confirmando que no puede ser capaz de resolver sus problemas sin la ayuda de sus padres.
Sobreprotección. El chaval nunca se “da la ostia” porque antes de que eso pueda ocurrir es “salvado” por alguien. No digo que haya que dejarle darse esa ostia de lleno. En función de la edad, habrá consecuencias de sus actos que pueda asumir. Otras no. Hay que tener cuidado…
Castigo: No soy partidario de castigar nunca, pero entiendo que no es una opinión compartida por mucha gente. Para mi entra dentro de el cómo quiero relacionarme con mis hijos, y no quiero ser una consecuencia artificial a sus “malos actos”. No creo que sirva para aprender, más bien para condicionar su comportamiento y que acaben buscando estrategias de evasión.
Emancipación: A medida que los niños crecen se van separando de sus padres, empiezan a tener claras sus ideas y a reafirmarlas. Es un proceso inevitable pero será más fácil o difícil en función de nuestras resistencias como padres. Aquí la escucha es muy importante y no solo eso: una escucha sin juicios, sin intentar solucionar, sin broncas. Mucha gente dice que quiere tener una comunicación honesta con sus hijos pero no son capaces de escuchar, tienen que rápidamente intervenir y decirles lo que tienen que hacer y lo peor de todo: no son honestos con sus hijos.
Respeto: El adolescente ya es un mini adulto, tiene muchas cosas claras y es ya consciente de su personalidad, lo que le gusta, lo que no, etc… Es necesario empezar a mirarle como a un adulto. Poco a poco va a ser tu igual en ese sentido. Respétalo como a cualquier otro adulto con el que te relacionas.
Autoridad: Es un tema peliagudo, y como todo, depende mucho de la edad del niño. La verdadera autoridad es necesaria sobre todo en la fase en la que buscan los límites. Si pierdes el control como adulto la cagas. No, ha de ser no, pero sin aspavientos. De forma calmada. Con la edad, esa autoridad pasa de ser un mandato a ser una opinión, un acompañamiento desde el respeto.
Estar ahí: Al final eso es lo importante. Estar presente en todo el proceso. La crianza es algo dinámico pero es fácil quedarse enganchado en etapas que ya han pasado. Hay que estar muy en el presente y muy abierto a tirar cualquier idea preconcebida o que funcionó anteriormente a la basura y replantearse todo de nuevo. Esto requiere una presencia consciente y constante. Y eso requiere una disposición a aprender.
Porque aprender, esto es la clave, va a ser algo que hagas tú tanto o más que tus hijos en todo su proceso de crecimiento. Ellos te van a espejar todas tus dudas, inseguridades, miedos y sombras. Tenerlos en frente durante ese proceso es una grandísima oportunidad de aprendizaje que puedes o no aprovechar. Es tu elección. Y esa elección va a ser un gran condicionante en cómo se desarrollará la relación con tus hijos…
Tu decides si es algo que vas a disfrutar o sufrir…