A veces pienso que las despedidas definitivas son mejores cuando ninguno sabe que lo son. Cuando puedes mirar atrás y recordar ese momento donde viste a esa persona por última vez, sin saber que sería la última.
Hay un vacío inherente en una conversación con alguien cuando sabes que va a ser la última. ¿De qué vas a hablar cuando hay una losa pendiendo del momento, esperando a caer definitivamente, cortando cualquier posibilidad de contacto? De nada… el tiempo, lo que has comido ese día o algún sitio al que no vais a ir juntos…
Tuve muchas conversaciones de ese tipo que luego resultaron no ser definitivas, de mirarse a la cara pensando ¿De verdad esta va a ser mi última memoria con esta persona? Difícil de creer mientras al mismo tiempo ya sientes la tristeza haciendo que tu alma pase a pesar como un camión.
Pero cuando llega la última de verdad, te sorprende como un puñetazo en el estómago… como un tren golpeando tu nariz o un avión estrellándose en tus genitales.
No importa si es una relación que termina o un familiar que fallece. Hubo una última vez que compartiste un momento de intimidad y después nada… Y esa ‘nada’ no es algo fácil de asimilar. Pero es necesario aceptarla para poder seguir vivo, y al final es parte de un aprendizaje que nunca termina mientras estás en el mundo…
La pérdida…
Cuando pierdes a alguien importante se lleva algo de ti. No en un sentido explícito, pero se lleva consigo quién eras tú cuando esa persona estaba en tu vida. Yo a veces me echo de menos a mi mismo, a mi yo del pasado. A mi yo más inocente, menos curtido por la vida, menos cínico…
…con unas cuantas hostias de la vida menos a mis espaldas, aunque éstas hayan sido al final una herramienta de toma de consciencia tan importante. Pero… la consciencia tiene un precio… implica sentir todo el dolor que nunca te diste permiso a sentir en su momento… implica dejar de huir de ti mismo y recibir de golpe toda la intensidad de la que estabas escapando…
Y está bien… Y las despedidas son algo inevitable: todo lo que comienza tiene un final. Siempre. Cómo sea ese final depende de cómo haya sido esa relación… pero a veces queda una sensación de amargura. De ¿y si…?
Pero eso es irreal. No existen las alternativas a la realidad. Al menos no de forma accesible a nosotros a no ser que cuenten los sueños… pequeños momentos que nos permiten explorar algunas de esas alternativas y sentir emociones que quizás no nos permitamos sentir en el mundo real… ¿Quién sabe? El caso es que si nos perdemos en esos “mundos paralelos” puede no haber escapatoria. La realidad seguirá ahí, esperando a que la puedas mirar de nuevo a la cara y decir: “venga, va. Seguimos pa’lante…” y te levantes y camines de nuevo.
Y así la despedida no es más que un nuevo inicio. Una oportunidad de replantearte quién eres a un nivel más profundo. Con una capa externa menos.
¿Quién eres sin pareja? ¿Sin ese amigo de la infancia? ¿Sin tu padre/madre? ¿Sin tu profesor? ¿Sin tu hermano? ¿Sin tu trabajo? ¿Sin tu grupo de amigos? ¿Sin la ciudad donde creciste? ¿Sin tus hijos?
¿Quién eres tú cuando no queda nada?