Ganas de no hacer nada… (volver a la infancia)

Vivimos en un mundo donde cada vez más se tiende a eludir cualquier responsabilidad que implique un mínimo esfuerzo. Queremos no tener que trabajar o trabajar menos: disponer de nuestro tiempo libre para divertirnos. La gente cada vez tiene menos hijos porque no están dispuestos a «sacrificar» ni su tiempo ni su dinero, y cualquier esfuerzo más allá de mover el pulgar para hacer scroll en la red social de moda les parece excesivo…

Entiendo esa pulsión. Entiendo la comodidad de quedarse sentado y esperar a que otro te resuelva los problemas. No hacerse cargo de uno mismo y pedir, incluso a veces exigir, que lo haga otro: los gobernantes, los servicios sociales, tu pareja, quien sea… menos tú mismo…

Es la pulsión de volver a la infancia. Es la voluntad de nunca crecer.

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El mundo adulto

Ser adulto es complicado muchas veces. Implica tener responsabilidades y estar pendiente de varias cosas al mismo tiempo mientras no paras de realizar tareas sin parar. Conlleva tener pocos momentos de descanso y relax -momentos que acabas apreciando muchísimo- y tener una buena dosis de «carga mental» permanente.

Básicamente: es un coñazo…

Y entiendo, porque yo también tengo momentos en los que lo siento así, que la gente quiera volver a un tiempo en el que todas esas responsabilidades las tenía otro: papá y mamá.

Empezando por no tener que trabajar y/o preocuparse por el dinero: siempre disponer de lo necesario para vivir y para adquirir lo que necesitemos o deseemos. Nunca tener que mirar cuánto queda en la cuenta… Igual que un niño de una familia de un mínimo nivel: sin preocupaciones.

Pero esto tiene un precio. Un niño es un ser dependiente. no tiene que tomar decisiones ni asumir responsabilidad sobre su vida porque no tiene esa capacidad. Necesita al adulto para poder desarrollarse de forma sana, y poco a poco ir ganando autonomía asumiendo el control de su vida.

Cuando como adultos anhelamos ese «tiempo pasado» no nos damos cuenta de todo lo que implica: ceder el poder de decisión sobre ti mismo como persona. Esto hace que otros, a los que ponemos a cargo de nuestra vida, tomen ese poder y lo usen, no siempre (ni mucho menos) en nuestro beneficio.

Es, por ejemplo, un ricachón que cultiva y vende carne vegetal diciendo que comer carne es malo para el medioambiente. Es el dueño de una farmacéutica dándote la solución (química) a cualquiera de tus síntomas, ya sean físicos o mentales, son las compañías azucareras y productoras de cereales convenciéndote de que hay que tomar menos grasas y más hidratos de carbono… suma y sigue…

Pero es que aunque les importases algo daría igual… Nadie sabe mejor que tú lo que necesitas y qué decisiones son las correctas para ti en un momento dado, siempre y cuando estés dispuesto a ello. A levantarte de la silla y empezar a actuar.

Porque la diferencia entre un niño y un adulto es simple: El niño protesta, el adulto resuelve. El niño no tiene la capacidad de actuar de forma autónoma en su vida, el adulto sí. El adulto sabe lo que tiene que hacer y lo hace, y si no lo sabe lo averigua y decide, y si se equivoca saca el mejor provecho de la situación y busca alternativas para seguir.

La pulsión de volver a la infancia puede ser fuerte cuando ves el esfuerzo que cuesta estar presente en tu vida y asumir tus responsabilidades, tanto hacia ti como hacia otras personas que puedan depender de ti, pero la alternativa es morir en vida, es tirar la toalla. Es pasar de ser piloto a pasajero. Es pasar de escribir tu novela a leer la de cualquier otro…

¿Pelea interior? No. Equilibrio

Esto no significa que haya que desechar esa parte más infantil que seguimos llevando dentro. Está ahí y al despreciarla lo único que consigues es hacerte daño. Esa parte más vulnerable pero también más espontánea es integral a nuestro ser. Es creativa, imaginativa y tiene un inmenso poder de acción si se lo permites.

Solo necesita que la abraces y la aceptes; y que de vez en cuando le permitas salir y desfogarse un poco. Te dará las soluciones más insospechadas a los problemas del día a día cuando menos te lo esperes, y al final te ayudará a valorar qué es lo realmente importante en la vida, lo que en cada momento requiere más atención y lo que no la merece.

Esa parte está en contacto con tu profundidad, con tu sombra. Te alertará cuando algo que te ocurre te toque viejas heridas. Te enseñará a su vez a volver a sentir y a conectarte con tu cuerpo.

No se trata de una «vuelta a la infancia» sino de una reconexión con una parte de nosotros que reclama atencion. Una parte que podemos ver como más infantil, pero que en el fondo alberga una inmensa sabiduría que a veces en nuestra prisa por entrar en el mundo adulto, perdemos u olvidamos.

Es posible ser un adulto responsable sin perder esa conexión, y no solo eso: recuperar esa conexión te dará una visión mucho más amplia sobre lo que significa ser un adulto. Podrás entonces apreciar, tanto lo que te aporta el asumir responsabilidades, como los momentos en los que las puedas dejar de lado para «dar rienda suelta» a ese niño que llevas dentro.

Al fin y al cabo, los árboles que sobreviven cuando el viento azota son los que son fuertes, sí, pero también han de ser flexibles… Ahí está la verdadera sabiduría. Ahí está la verdadera fortaleza.

Termino con este video de El Buen Hijo que me ha gustado. Tiene una linea sobre el trabajo que me ha hecho gracia pero también creo que tiene que ver con lo que hablo aquí…