
Desde los confines de la historia el ser humano a evolucionado como ser social. Solos eramos vulnerables, juntos eramos poderosos. Todo avance humano se ha hecho en grupo y colaborando (ya sea de forma voluntaria o no, que sería otro tema).
Además el ser humano es un mamífero, un ser sexuado. Nuestras sociedades siempre se han formado desde esa báse tan física, tan animal, tan “básica” y sobre esa base hemos construido un mundo que al final se ha acabado avergonzando de su propia naturaleza. Nos hemos separado de nuestros orígenes.
Ésto no pretende ser una apología de una imposible vuelta al pasado, ni nada que se le parezca, por donde voy tiene más que ver con el hecho de que negando quienes somos nos estamos perdiendo.
El ser humando es carne, fluidos, saliva, semen, flujo, sudor, lágrimas, sangre… Es abrazos, besos, sexo, contacto, respiración, olor, aliento, risas, canción, baile… Todo eso compartido con otros seres humanos sin pudor alguno. Es lo que nos refleja toda la vida en el planeta, exúberante con sus vivos colores y sin ningún problema en mostrarse tal y como es… honesta, sexual, cruda, viva!
Es nuestra naturaleza.
Una naturaleza que sobrevive a duras penas aplastada por una sociedad moderna que ha hecho del virus y la bacteria un enemigo de la vida cuando son absoluta y totalmente parte de ella.
Una naturaleza amenazada por el miedo a si misma donde la “higiene” exagerada se eleva a un plano máximo y se nos dice que la cercanía es arriesgada, que hablar alto es peligroso, que abrazarse o besarse es de una irresponsabilidad supina. Donde bailar se convierte en un acto transgresor
Una naturaleza aplastada por un mundo donde el sexo, algo que nos da la vida, es visto como algo que hay que ocultar, esconder, medicalizar… Algo sucio que te va a llevar a enfermar y que hay que controlar por todos los medios. Donde hasta se ha pervertido el acto de dar a luz.
Todo esto crea una serie de neurosis bien inculcadas que revelan cuanto miedo tenemos a perecer, a dejar de existir, a MORIR, pero que paradójicamente a su vez nos deja muertos en vida, como zombies, cada uno en su pequeño espacio delimitado, donde nadie puede entrar y nadie puede hacer daño, hacer “enfermar”.
Solos, aislados, débiles y fáciles de manipular.
Hemos perdido nuestra naturaleza, nos hemos perdido. La hemos cambiado por una falsa seguridad que no es más que una defensa neurótica hacia la vida misma.
Pero es posible recuperar el equilibrio. Es obvio que no voy a echar por tierra los avances que nos han hecho disponer de condiciones de vida mejores. Pero creo que hay que poner mucha atención al miedo que sentimos, a todo lo que se esta revelando ahora mismo. Es la única manera de atravesarlo y poder relajar.
De poder volver a vivir el contacto humano como algo natural y necesario. Algo que nos fortalece, no solo psicológicamente, pero también físicamente.
De reconocer lo que somos y aceptarnos como una parte más de este ecosistema que compartimos con tantas otras especies. No viéndonos como seres separados autosuficientes (una fantasía imposible), si no como una parte integral del mismo, abrazando nuestra interdependencia.
La única manera de volver a reconocernos con nuestra fuerza, que está y siempre estuvo en la manada.