Despertar temprano y buscar la distracción. Hacer algo porque hay que hacer algo, siempre, rellenando los huecos naturales que la vida deja entre cada cosa que ocurre. Tener una tarea para sentirte útil de nuevo y pensar: “Ahora hay algo que puedo dar, que puedo entregar y observar: ¿Hay una respuesta? ¿Sirve de algo? ¿Afecta al entorno?” Como un científico que experimenta tocando aquí y allá, mezclando una sustancia con otra… “Ah! Hay reacción!” Algo nuevo sucede y el sentimiento de satisfacción crece llegando a un pico para luego descender poco a poco… Volvemos a la “normalidad”… La vida continúa.
Todo esto sucede en mi cabeza mientras este experimento llamado vida sigue avanzando. Sin saber su significado, sin saber si es un proceso o simplemente algo eterno que descubrir. ¿Hay un movimiento real o simplemente una apertura progresiva que permite ver lo que siempre fue, lo que siempre estuvo ahí? No tengo ni idea…
Lo que sí parece claro es que vivimos encerrados en una mente que no para de pensar, de suponer, de juzgar… Una mente que no sabe más allá de los límites externos de nuestro cuerpo pero tiene la osadía de pensar la realidad, de darle una solidez y un peso que ya nos gustaría poder confirmar, pero claro… realmente no podemos y asumirlo es jodido…
Es curioso cómo desde el mundo “espiritual” se dice mucho eso de “todos somos uno” con sus múltiples variantes… Y me suena un poco a esperanza desesperada, a un grito de “¿Hay alguien ahí fuera?” del que solo recibimos como respuesta un eco cada vez más debil… la gran ilusión de un mundo cada vez más complicado de entender y del que se supone deberíamos obtener alguna respuesta.
¿O quizás no? ¿Por qué habríamos de obtener esa respuesta? ¿Y si no hay respuesta?
Hay una cosa curiosa y es que cuanto más pienso en cómo debería ser algo (mis expectativas sobre cualquier situación) menos puedo simplemente vivir esa situación desde un lugar de disfrute, abierto a lo que sueceda sin prejuicios. Y es curioso porque las situaciones que quedaron ancladas en mi memoria, las que me marcaron, por lo general fueron sopresas inesperadas… Momentos en los que algo sucede fuera de toda expectativa.
Quizás antes la vida era más sencilla… quizás antes, con menos experiencia detrás, menos pasado, era más facil simplemente vivir algo sin pensar tanto. Sin encorsetarlo: “¡Tiene que ser así!”. Y parece que ahora todo tiene que llegar a un climax: me siento a componer y tiene que salir un temazo, si no, he perdido el tiempo y mirando atrás, las canciones que realmente me gustan las compuse sin darle mucha importancia, sin pensar mucho, algunas mientras cocinaba o hacía otras tareas y tarareaba en mi cabeza sin realmente pretender nada… Otras simplemente porque necesitaba expresar algo y ¡boom! salía.
Está claro que las cosas no se pueden forzar, pero… ¿Realmente importan los resultados? ¿Es menos valioso sentarse a tocar un rato, improvisar sin llegar a ninguna parte que componer un “temazo”?
El hecho de que de vez en cuando surja algo que queda no es la razón por la que escribes mil cosas que se pierden, que no permanecen… Puede parecer que hay una intención pero no… y eso es lo que a veces pienso haber perdido aunque después la vida me recuerda que no, que no es verdad, porque siempre vuelve la sensación de que todo encaja, de que ha surgido algo especial del caos, sin intención. Una sorpresa de nuevo…
Pero ¿Qué hago con los vacíos? ¿Qué hago con la sensación de urgencia? ¿Me acostumbré a hacer algo útil cada hora del día? Es gracioso porque para los que tenemos hijos encontrar momentos vacíos es casi un lujo y aún así despues de años de tener que estar disponible parece que cuando no eres ya tan necesario el vacío te empieza a comer. Vuelvo a tener tiempo para mí, pero ¿para hacer qué? Algo útil, claro… ¡Algo que deje mi marca en el mundo! En fin…
¿Y la sensación de fracaso cuando ves que a nadie le interesa tu “marca en el mundo”? ¿Y quién es ese “nadie”? Lanzamos sondas en todas las direcciones y pocas retornan con información valiosa… nuevos mundos desconocidos por descubir… misteriosos… lejanos… inaccesibles… mundos que quiero tocar, afectar y cambiar… parece algo muy pretencioso quizás…
¿Acaso no es valioso ese paseo solitario por el monte donde realmente no hay nadie a tu alrededor con quien compartir y apreciar, por ejemplo, un precioso atardecer? O la luna llena saliendo por detrás del horizonte, o ese jabalí solitario al que acabas de asustar, o un águila real despegando con un aleteo lento y pesado que te pone los pelos de punta…
Pero no os preocupéis, ya está el movil para hacer una foto y compartirlo si eres lo suficientemente rápido: “Que bonito!” Y a lo siguiente… siguiente distracción… nuestros momentos inolvidables se convierten en distracciones para otros que van pasando con el dedo por memorias ajenas, observándolas tan solo un segundo… like, no like, like, no like…
Rellenando huecos…
Al final son mis huecos, mis distracciones, mis emociones… ¿Y qué hay realmente ahí fuera? ¿Otras consciencias que observan perplejas el extraño mundo en el que vivimos? ¿Tenemos realmente acceso a ellas? ¿O por el contrario solo podemos ver nuestra idea de quienes son? ¿Vivimos tan encerrados en nuestra mente que solo podemos ver reflejos e interpretaciones del exterior? ¿Existe realmente la realidad? Una pregunta que temo no tiene respuesta… Al menos no desde dentro…
Y aún después de todo este barullo mental la realidad se abre paso entre los pensamientos. Un rayo de sol al amanecer entre las nubes, una canción de Bill Frisell que a mí nunca se me ocurriría componer ni tengo la pericia para tocar, un cuadro, un árbol, etc… entidades que me impactan y puedo apreciar durante esos “huecos” de no hacer nada… esos “huecos” donde salgo de mí… Quizás el único momento donde puedo ver al otro, verlo de verdad… a través de una realidad sólida como una roca de granito bajo mis pies, o la corteza de un árbol bajo mi mano. El mundo a mi alrededor.
Dejarme tocar… Permitirme ser afectado, cambiado…
Una vez me vi completamente solo en una isla en medio del mar, a muchos kilómetros de cualquier lugar civilizado. En ese momento lo que sentí muy fuerte fue una ansiedad brutal. Una ansiedad que iba creciendo según me iba dando cuenta de que allí nada de lo que hiciera realmente importaba, de que si me pasaba algo nadie se iba a enterar. Nadie a quien hablar y nada que decir… el HUECO así en mayusculas. Es impresionante cuando en ese momento te sientas, lo asumes, y poco a poco relajas, volviendo a poner la mirada fuera, en la arena, el mar, los arbustos, las nubes… todo lo que está y permanece y de lo que por al menos un momento puedes ser simplemente un testigo silencioso…
La realidad…