La música…

La música…. Vibraciones del aire que llegan a los oídos y producen toda clase de sensaciones. Siempre me he preguntado qué tiene la música que la separa de los demás sonidos “mundanos” como conversaciones irrelevantes, gritos reivindicativos o susurros intentando convencerte de algo con mayor o menor éxito…

La música, al fin y al cabo también cuenta cosas, también habla y puede querer incluso influenciarnos, pero no pretende nada, no exige tu acuerdo, le da igual tu interpretación, simplemente es, y lo que evoca al ser escuchada es tan personal y propio de cada uno, tan intimo que ni el artista podría anticiparlo…

La música es un espejo que te devuelve un reflejo que a veces no quieres ver pero te seduce porque sabe como mostrártelo para que mires, escuches, y no te escapes… Llorarás con la música, reirás y gritarás tu frustración, tu odio, pero también relajarás y accederás a esa parte vulnerable interna que no quieres mostrar a nadie excepto a la música… ella no te juzga…

Una canción puede ser tu mayor confidente, tu psicólogo, tu pareja, tu amante, te puede dar acceso a partes de ti que desconoces…

Tu sombra te habla a través de una canción y tu la escuchas cantando la letra sin ni siquiera percatarte de quien realmente está hablándote, sin miedo al ridículo, bailando tu duda, tu vergüenza, tu más profunda culpa…

No existe la soledad cuando escuchas una canción, y si la compartes con alguien no deja de ser un acto de intimidad propio donde a lo sumo puede haber una mirada de complicidad, y aún así sabes que tu vivencia interna es solo tuya… y la del otro suya… pero no importa porque hay un nexo de unión en esa canción, que une dos mundos distintos, acercándolos un poquito nada más… lo suficiente…

Pero nunca del todo… la música es para mi una forma de acceso a mi intimidad más profunda, un camino de ida a lugares protegidos que nadie tiene el poder de invadir, de destruir… una canción se convierte en un universo…

Que siga sonando…. Que siga soñando…