Me quedo con los libros…

Escribir me fascina, leer también. La escritura es una forma de transmitir información e ideas que va mucho más allá que cualquier otro medio. Las palabras, con su simpleza y su gran poder para evocar todo tipo de emociones en el lector, me parecen la mejor herramienta para comunicar lo profundo, lo oculto.

Photo by Hans-Jürgen Weinhardt on Unsplash

De pequeño me encantaba quedarme en la sección de libros del supermercado para explorar y ojear los libros que me podían llamar la atención mientras mis padres hacían la compra… y desde entonces los libros me han acompañado de forma constante.

Sí. Puedes también escuchar a alguien hablar, recitar o interpretar esas mismas palabras, pero la lectura tiene ese carácter íntimo. Tú y el texto… nada ni nadie más… (a mi por ejemplo no me acaban de gustar los audiolibros…)

Y es alucinante que algo tan sencillo como un conjunto de letras formando palabras formando frases formando párrafos… pueda llegar a evocar imágenes mucho más detalladas que cualquier película por muchos efectos que tenga. Porque el texto te necesita a ti.
El texto necesita al lector para estar completo, para realmente poder llegar a su máxima expresión. Y lo bonito es que esa expresión cambia con cada lector. Su riqueza y sutileza no serán las mismas según quién lo lea… Cada persona completa una obra única. Nueva.

Y ahí está otra de las características que me resulta de lo más interesante: El escritor nunca puede llegar a tener el control completo de la obra… Esto pasa en mayor o menor medida con cualquier obra de arte, pero en la escritura creo que es donde más obvio es. El que escribe un texto puede tener muy claro lo que quiere comunicar, puede intentar por todos los medios que su texto no de lugar a interpretaciones. Puede, en su cabeza, ver con total claridad sus personajes, los lugares que describe, las ideas que quiere expresar… Pero llegará alguien que al leerlo verá caras y paisajes totalmente diferentes, ideas contradictorias… Y sentirá algo totalmente distinto a lo que el escritor sintió.

Y me hace gracia porque muchas veces los escritores son «posesivos» con su obra, con los mundos que inventan o sus personajes, protegiendo su creación como si de alguna manera fuese parte de ellos, y supongo que de alguna forma lo es, pero no. En el momento que lo pones fuera, en el momento que plasmas la idea y se la ofreces a otro ya no es de tu propiedad… Porque es imposible que lo sea… porque tu obra pasa a ser tantas como personas acaben interactuando con ella… Tus personajes pasan a conectar con los lectores de forma única y e íntima, dependiendo de qué aspectos de su interior sean activados por las acciones de éstos en la historia, sus diálogos e interacciones…

Y sí, el texto es uno… es el que es… pero ahí está la magia: no hace falta que te escriban un libro a tu medida, no hace falta que cada uno lea su propia historia personalizada. El mismo texto sirve para que cada uno con conecte a su manera, sienta a su manera e interprete a su manera lo que ha leído.

Supongo que nada de lo que estoy diciendo es nuevo para cualquiera que ame la lectura y se haya emocionado al terminar un libro. Pero hay más…

El texto es un medio donde puedes expresar lo que quieras, como quieras. No hay límite… y sí, estamos acostumbrados a unas normas, unas estructuras, y si alguien las rompe puede ser difícil, incluso tedioso, continuar una lectura que nos puede desconcertar. Al fin y al cabo, la interacción entre escritor y lector es importante y hay una especie de acuerdo entre los dos… Si el que escribe se pasa de listo el lector puede en cualquier momento abandonar la lectura, puede sentirse manipulado.

Pero dentro de unos límites (que por supuesto serán diferentes para cada uno) la libertad que tienes de movimiento y experimentación es brutal…

Gotas de lluvia cayendo sobre un viejo tejado, escapando entre las ranuras que separan cada oxidada placa y terminando de aterrizar sobre un suelo en el que conviven restos de un cemento fragmentado y el barro que ha ido acumulando. Olor a hierro mojado en una tarde de otoño donde el paraguas descansa a medio cerrar apoyado en una roída viga. Saltas desde el tejado. Salto contigo de la mano. Conseguimos no soltarnos durante un segundo eterno en el que flotamos rodeados de las inmóviles gotas que antes nos mojaban la cara. Un instante nada más. Un instante tras el cuál aterrizamos hundiéndonos hasta las rodillas en un montón de arena abandonado allí con esa obra que nunca se llegó a terminar. «¿Y si lo volvemos a intentar, ahora con el paraguas?» me preguntas con una sonrisa traviesa. «¡Vamos!» contesto tirando de tu mano para ir a buscarlo y volver a subir al tejado.

La lluvia. El viento. El olor del otoño. El paraguas. ¿Alguna vez te has tirado de una altura para ver si un paraguas podía frenar tu caída? Menuda idea ¿no? ¿A quién se le ocurriría? Seguramente a unos niños con ideas alocadas. ¿Hermanos quizás? Tú sabrás…

Yo recuerdo abrir un paraguas en un día de viento y salir volando como una hoja caduca que cae y es arrastrada sin poder de decisión. Ese paraguas que no pude dejar ir me arrastró a un destino incierto, pero una vez en el aire me salvó la vida. Sin él habría caído irremediablemente al vacío… Aún me veo ahí, desesperado agarrándolo con las dos manos… Pero entonces una voz me tranquilizó… ¿o era el viento soplando a través de los metales que a duras penas podían mantener la tela en tensión?… No lo sé pero su susurro me sonó un poco a nana… una nana de las que cantamos a los bebés para que se duerman sin miedo…

Dormir… soltar y perder la consciencia… Normal que de miedo… Es al fin y al cabo miedo a dejar de ser, a dejar de existir aunque sea por un instante…

Hoy leía una idea que me pareció muy interesante en un libro de Roger Zelazny. Si conoces a alguien que se parece mucho a otra persona que ya conocías bien de antes, intuitivamente vas a esperar de esa nueva persona que se comporte o actúe como lo hacía la que tú ya conocías. Parecido a cuando vemos a alguien que parece ser el «doble» de un conocido. A mi me ha pasado incluso que he saludado en alguno de esos casos. De hecho el otro día me confundieron a mi con otra persona en un concierto…

Pero hay más: también decía en el mismo párrafo que tú vas a comportarte con esa persona que realmente no conoces, de forma similar a como te comportarías con la que ya conocías. Y bueno, el personaje ya comentaba que no le gustaba esa sensación… pero eso es otro tema… Encima el libro es de fantasía/ciencia ficción por lo que no debemos hacer mucho caso a nada de lo que habla… (no es real…)

Curiosamente cuando el otro día me confundieron con otro, la persona ya empezó a hablarme con una confianza que probablemente no hubiese tenido si yo no me pareciera físicamente a su amigo… quizás el autor sí que ha dado con algo interesante…

Ideas… Historias… Personajes que interactúan y nos retan a sentir, a ser honestos, o quizás a perdernos un rato. Un instante eterno. Una hora en la que podemos vivir otra vida, pero que acaba conectando con la nuestra. Humanos comunicándose con otros humanos…

Quizás leer pueda ser una forma de evadir la realidad en momento difíciles, pero a diferencia de otras formas de evasión como pueden ser la tele/youtube o las drogas, leer siempre te vuelve a conectar con tu interior.

Y la escritura también… No hay nada como leer algo que escribiste en tu diario años atrás y soltar una carcajada…

Te expones

Te ves

Y sueltas…

(Es terapéutico y encima gratis…)


PD: El otro día vi un video que hablaba de la «lectura en diagonal» por curiosidad. No me imaginé que fuese literalmente leer en diagonal ¡Me pareció espantoso! ¡Ni se te ocurra leer así un buen libro! Aunque ahora que lo pienso, imagina que alguien ha escrito un libro donde las páginas, si lees solo una palabra de cada linea, en diagonal, te cuentan otra historia distinta… una historia escondida dentro de una historia… Seguro que alguien lo ha hecho ya 🙂